EL MEJOR MOMENTO PARA UN CAMBIO


La vida es un constante cambio, y nosotros deberíamos tener la conciencia de ello para poder tratar de cambiar con ella. Cambia nuestro cuerpo, nuestro entorno, nuestras responsabilidades e inclusive nuestra manera de disfrutar el tiempo y hacer uso de él.
De la misma forma deberíamos poder ser conscientes para tratar de cambiar nuestra manera de pensar, sentir y expresar ello en nuestra vida, no para ir de un lado al otro con nuestro parecer, sino por el contrario, para permitir que nuestro carácter evolucione para tratar de sacar lo mejor de nosotros en cada aspecto de nuestra vida.
Sin embargo, lejos de hacernos conscientes de esos cambios, muchas veces nos hacemos intencionalmente ciegos ante las señales de cambio que nos da la vida, esas invitaciones sutiles que sentimos todos, pero muchas veces ignoramos, son un intento para aferrarnos a la comodidad de lo conocido, condenándonos a la mediocridad y la frustración propia de la resignación.
Es normal temerle a los cambios, porque la incertidumbre ante lo nuevo es clara, y tal vez jamás podamos sentirnos del todo listos ante los cambios, ya que hasta no enfrentarlos no sabremos a ciencia cierta que sucederá o como se desarrollarán, pero siempre aparecen en el momento correcto, ante lo cual, podríamos estar seguros que siempre son para bien.
El problema surge cuando nos aferramos a la idea de no querer cambiar, y tercamente nos negamos a evolucionar, porque aunque querríamos detenernos, la vida no lo hará, y con ello, lo que sucede es que esos cambios se acumular unos con otros y al final, llegan como una gran ola que nos golpea de frente y con toda la fuerza contenida durante ese tiempo, y con ello, puede surgir miedo e inseguridad que nos paralicen ante ese movimiento, pero el problema no es de los cambios, sino de haber dejado que se acumulen con el paso del tiempo.
Es probable que frente a los cambios, como lo mencionaba el poeta Jean Cocteau, el asunto debería ser “Sentir antes de comprender.” Para aventurarnos a vivirlos, aprender de ellos y adaptarnos según van apareciendo, y no dejarnos paralizar por el miedo que surge de la incertidumbre o de nuestras inseguridades, porque estas últimas desaparecen cuando hacemos cosas nuevas y nos damos cuenta de que sí somos capaces de lograr lo que nos proponemos, y la primera, siempre está presente, aunque no nos demos cuenta, porque cada día nada es seguro, y todo es un proceso de constante descubrimiento. Nunca es seguro que el nuevo amanecer vuelva a aparecer, y eso, lejos de detenernos, debería motivarnos para disfrutar este momento antes de que sea el último.
Por ello, el mejor momento para un cambio, siempre es este, el eterno presente, sin quitarle valor o importancia a las señales que nos da la vida, ya sean externas o sean pensamientos o emociones internas. Con el tiempo, terminamos por entender que todo cambio, siempre es para bien.
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