Los Aeropuertos

En medio del bullicio propio del ambiente, ese que parece estar plagado con una mezcla extraña entre expectativas y afán, me detengo un momento para tomar algo que refresque mi cuerpo, pero al detenerme a mirar todo a mi alrededor, es mi mente la que se refresca quedando inmersa en una única idea, una sensación me resulta mucho más profunda que esa mezcla del lugar, y por un instante todo parece un poco más claro al entender que en el fondo, esa expectativa, ese afán, no es otra cosa diferente a la expresión de una profunda nostalgia, una intensa melancolía.
Cada viaje es una despedida, en si mismo es un final y un inicio, ya sea por unas horas, o por un largo periodo de nuestras vidas, y sin importar que sea un tema de trabajo o de placer, cada viaje tiene ese aire nostálgico que hace recordar lo que pudo haber sido, así como lo que fue; y es en ese momento cuando entra la expectativa, a dañarnos la cabeza, o el afán, a hacernos creer que correr nos ayudará a recuperar el tiempo perdido o la vida no planeada y tal vez torpemente ejecutada.
Cada viaje es una bienvenida, y así podríamos tal vez hacerlo todo más llevadero, pero esta tan arraigada en nuestro subconsciente la melancolía, que ante todo lo nuevo, antes de agradecer o poderlo disfrutar al 100%, siempre tenemos a la melancolía acompañando nuestra sensación de asombro.
Es cierto que no debemos negar lo que sentimos, y expresarlo con sinceridad y en su debida forma es clave para que podamos tener emociones sanas y sabias, pero tampoco podemos quedarnos esclavos de la melancolía y la nostalgia, porque pasarán fácilmente de ser un ingrediente que pueda dar contraste a ciertas imágenes mentales, a el eje fundamental de nuestro discurso, consumiéndonos en emociones que tan solo restan, y peor aún, distrayéndonos tanto del presente que vivimos, como del universo con incontables opciones que podemos construir.
Cada viaje, debería darnos también la perspectiva necesaria para ver aquello que nos atormenta, que da fuerza a esa melancolía y nostalgia, permitiendo que lo veamos en su justa medida, en lo pequeño de su dimensión, su mínima expresión, como ese pequeño puntito que se ve desde la ventanilla del avión, porque el tamaño de la sombra tiene que ver con la posición del enano ante el sol, no con nuestro tamaño.
Y tal vez por todas esas cosas (y otras más) me gustan los viajes, los aeropuertos y sus dinámicas porque la melancolía y la nostalgia en su justa medida (y lo de justa varía de alma en alma), nos permite ver desde otras perspectivas todas las vidas que se contienen en nuestra vida, o tal vez es porque en medio de todo ese mar de cosas, sea un lugar en donde hay una verdadera tranquilidad, o como lo diría la poeta Patricia Benito: “Siempre me encuentro más a salvo en la melancolía que en ningún otro lugar.”